jueves, 21 de enero de 2010

EL CAMELLO (CAPÍTULO IV - LA MÚSICA ES DENSA)

En el bar de los Ángeles estaban los diablos de siempre. Fofo siempre ahí, plantado sin ni siquiera la pretensión de ser regado. Se dio cuenta enseguida de mi llegada y me hizo una señal para que me acercara. Yo hice como que no le había visto y fui enseguida a la barra para pedir un café, el primero de una larga serie. Entonces Fofo se levantó, lentamente, como si le costase trabajo levantar ese cuerpecito grácil que a mala pena le llenaba el abrigo. Se acercó a mí y permaneció en silencio.
“¿Qué quieres?”
“¿Cómo estás hoy, gran jefe?”
“Déjame: he dormido muy mal...”
“Lo siento. Bueno, no.”
“Mira, no tengo el cuerpo para aguantar tonterías. Ves a jugar con los Lego y no me jodas.”
“Nunca he jugado con los Lego. Quiero fumar, ¿me das un porro?”
“Otra vez con la misma historia... Y además me apuesto que aún ni siquiera has dado una calada a un cigarro...”
“Aprendo deprisa, pero necesito que alguien me dé la posibilidad de hacerlo.”
“Está bien. ¿Quieres aprender? Entonces seré tu mejor maestro... Ven conmigo.”
“¿ Adónde?”
“ Tú calla, inténtalo al menos por cinco minutos, y sígueme...”
Pagué el café, saludé a un par de personas quedando con ellas más tarde. Fofo me seguía a un metro de distancia con una expresión entre asustado y asombrado. Entramos en el portal de mi finca y, por un instante, me pareció sentir aún el olor nauseabundo de la pesadilla de la noche anterior. Subimos las escaleras en silencio, abrí la puerta de casa con un gesto teatral, como si fuese su mayordomo. “ Adelante, póngase cómodo señor”, le exhorté. Él permaneció durante algún segundo machacado por la duda de estar haciendo una tontería, pero venció su orgullo y entró.
Empecé enseguida a liar un porro, cogiendo un buen trozo de piedra marrón de un bloque de un kilo. Él se había quedado de pie, con el abrigo puesto, cerca de la ventana, como si pensara tirarse por ella en caso de algún peligro inesperado. Me dieron ganas de reír. Tenía los ojos desorbitados y se agitaban como una bestia en una jaula. Acabé mi trabajo.
“Quítate el abrigo, relájate y siéntate en el sofá. Estás a punto de realizar una nueva experiencia. Si te gustará, lo decidirás después.” Siguió al pie de la letra mis instrucciones y permaneció a la espera con las manos en medio de las piernas. Encendí el equipo de música. Elegí con cuidado el tema para poner entre los miles de CD que componían mi colección. Finalmente me decidí por “The End” de los Doors. La música empezó a llenar todos los espacios vacíos de nuestro silencio y a silenciar los ruidos de la calle. Después encendí el porro.
Una ráfaga densa de humo ganó el cielo para después huir rápidamente por la ventana.
“Te toca”, dije perentorio. “Tienes que respirar como si estuvieses en la montaña y quisieras coger una bocanada de aire puro. Aguanta el humo en la boca y trágalo muy despacio, porque las primeras veces quema y podrías toser y echarlo todo a perder.” Fofo me escuchaba con mucha atención, aferró el porro con los dedos y se lo llevó a la boca. Dio una gran bocanada, como hacen todos los principiantes, y acabó tosiendo, como le había dicho. “ Aspira menos, tonto... no eres de amianto”. Lo intentó de nuevo y esta vez logró tragarse el fruto de mi trabajo.
Aspiró una y otra vez. “Para un poco, deja reposar a los pulmones”, le sugerí. Hacía minuciosamente todo lo que le decía, como un buen alumno. Poco después vi sus pupilas que comenzaban a dilatarse y los ojos llenarse de pequeñas venitas rojas. El hashish empezaba a mantener sus promesas.
“¿Qué sientes?”
“ Me siento ligero. La música... la música, en cambio, me pesa...”
Sonreí.
“Nunca me había dado cuenta que la música pudiera ser así de densa...”
Me levanté y lo dejé solo mientras preparaba un café.
Afuera el mundo discurría ignorante de la música y de su densidad. Me pareció más triste que nunca, o a lo mejor era sólo mi reflejo en el cristal que lo hacía así de triste. Me fijé en los coches que pasaban, por la calle oscura, y empecé a jugar a póquer con los números de las matrículas. Tres siete, tris; dos ocho y tres dos, full. No conozco una manera mejor de gastar mi tiempo que no sea malgastándolo.

1 comentario:

  1. Jaja, pobre fofo se esta adentrando en una tercera dimensión, jaja ahora cuando este fumado todo le parecera un mundo, jaja fijate que hasta la música es densa, jajaja. Saludos

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