martes, 9 de febrero de 2010

EL CAMELLO (CAPÍTULO V: SOBRE LOS RELOJES SIN MANILLAS)

El día acabó como era normal que acabase: al lado de la taza del water llena de vómito. El cuerpo de Foffo, excluyendo su cerebro, no había aguantado el impacto del hashish y había puesto en marcha todos sus recursos para liberarse de aquella presencia que le parecía fastidiosa. Después de vaciar su estómago, Foffo se tumbó en mi cama desecha y se abandonó a un sano sueño reparador.
No fui al bar ese día, y ya imaginaba a la gente decepcionada que seguramente se había depositado como polvo en mi vana espera. Seguramente habrían preguntado al dueño del bar por mí y, habiéndose cerciorado de mi ausencia, presos del pánico, habrían recorrido toda la ciudad en el tentativo de procurarse un poco de vida a bajo precio.
Mi casa esa noche respiraba un aire distinto. Había dejado de representar la parte de la cueva del lobo y, por una vez, podía cumplir el rol que le pertenecía, el de una casa. La presencia de Foffo daba un sentido hasta a la máquina del café para dos, o a la mesa con cuatro sillas, de las cuales tres nunca se habían usado. Hasta la cama de matrimonio se sentía realizada albergando a un visitante, aunque éste fuese fugaz. Fui a dar una ojeada en el dormitorio; Foffo estaba bien, incluso roncaba, y yo me sorprendí respondiendo a una llamada que, sino hubiera sabido que estaba hablando de mí, la habría confundido con el instinto paterno del cual siempre había oído hablar y casi nunca lo había visto aplicar. Estaba preocupado por alguien, y no por algo, como estaba acostumbrado.
Me preparé un porro y me senté en el sofá para mirar la pared. Aquella noche, en la pared amarillo nicotina de mi salón, estaban proyectando “Los recuerdos de un camello”, melodrama protagonizado por actores semidesconocidos, de los que se cogen de la calle, como en tiempos de Zavattini, pero sin veleidades artísticas.
¿Cuántos retrasos había acumulado durante el periodo en el cual había estado jugando a póquer con las matrículas? Hay momentos en que mi vida me parece inútil como un reloj sin manillas. El tiempo no va hacia delante ni hacia atrás, permanece quieto: las 18:30 son las 18:30 eternamente, las 15:15 no consiguen llegar a las 15:20. Y mientras, todos los relojes del mundo avanzan regularmente aparentemente realizados en señalar la hora exacta. El reloj sin manillas intenta averiguar la hora exacta sin tener los medios para hacerlo e, inevitablemente ,se equivoca. Sin reloj se llega siempre o demasiado pronto o demasiado tarde, hasta que el tiempo que te separa del momento exacto es irrecuperable, y de nada sirve lamentarse luego. Es mejor dar la impresión de vivir en un mundo sin calendarios y sin horas, sin estaciones y sin citas. Como si no existiese un mañana.
Son los relojes puntuales los que amargan la existencia a todos los demás o, por lo menos, de esto se convence el reloj sin manillas. Hasta que, por pura casualidad, un día llega la fantasía de una vida vivida en el momento justo, y de repente, llega el ansia que había amueblado sus días
como un papel para la pared de pésimo gusto. Apagué la pared. El sol había desaparecido y yo tenía hambre.
¿Qué hora era?

3 comentarios:

  1. Gracias Roberto por estas historias, me he estremecido al leerlas, tienen el desgarro de la vida cotidiana en alguno de sus ámbitos y el valor y el coraje que hacen falta para sobrevivir en todos ellos; lo mejor? Esas líneas en que cuentas cosas por las que merece la pena vivir la vida....¡magnífico!
    No te había dejado nunca antes un comentario, no sé aún bien por qué, quizá no pude reaccionar despues de leer tus entradas, tan duras, tan llenas de la vida misma, ésa que tenemos muy cerquita, pero que muchas veces no queremos ver, para "no meternos en problemas..ellos se lo han buscado", sin tener en cuenta cuántos acontecimientos pueden llevar a las personas a acabar tirado en un charco, cuantas circunstancias les han podido conducir a ese estado.

    Escribes muy bien, supongo que un día, si no lo has hecho aún, escribirás todo ésto en un libro. Espero estar atento para comprarlo, ser á, seguro, un buen libro.

    Mi respeto y mi admiración.

    Enrique.

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  2. Como creo tu puedes imaginar, yo casi nunca contesto a los comentarios que me dejais, por què me cuesta muchisimo decir todo lo que quisiera en castellano. Pero tu palabras me han gustato de verdad, y quiero agredecerte. Si un dia escriberé un libro, tranquilo: te lo regaleré :) Gracias amigo.

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  3. Gracias siempre a tí, por remover nuestro interior de esa forma en que lo haces. Me he hecho, con tu permiso, seguidor tuyo, y espero seguir disfrutando de tus magníficos escritos,ahora voy por la mitad del viaje en metro; leerte es como un segundo sentido de la vista, como si estuviéramos en el mismo sitio que tú tan bien describes.
    Una joya tus escritos.

    Un abrazo, si me lo permites.

    Enrique.

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