jueves, 18 de octubre de 2012

CON NATA


Si además, pensándolo bien, a mí el helado no me gusta. Me viene a la cabeza sólo cuando hace calor, me encanta el concepto de helado, la idea del refrigerio en la boca, la convicción de que sacaré algún tipo de beneficio que responde a la exigencia de bajar la temperatura de mi cuerpo. Después llego delante del mostrador y tardo cinco minutos sólo para leer todos los sabores, otros diez para entender que es un ¨mangostán¨, otros diez para calcular el resultado que provoca la mezcla de los distintos sabores. Al final, después del esfuerzo para decidir, cuando lo peor parece que ha pasado, cuando pienso que ha llegado la hora de recoger los frutos de tanto trabajo intelectual, el heladero  me mira sosteniendo mi cucurucho, para hacerme notar que él tiene que trabajar y no puede esperarme toda la vida, y me pregunta: - ¿Nata? – y lo pregunta con la ligereza que usaría para preguntarme la hora. ¿Cómo que nata? ¿Y yo que sé si ahora la nata pega con el mangostán y el limón? ¿Y que nata es: ácida, dulce, de esas que parecen agua o de esas densas como el flan? – Perdone, pero no me parece honesto, ¿sabe? Tengo que decirlo -.  - ¿ Qué es lo que no le parece honesto, que le  pregunte si quiere un poco de nata?- ¡ Pues claro! Perdone, pero si la pregunta me la hubiese hecho antes de que yo hubiese terminado de elegir los sabores, entonces habría tenido sentido, hubiese podido calibrar mejor las posibilidades, hubiese podido plantear enfoques más osados o haberme mantenido en lo clásico, yo que sé…. chocolate y nata. Pero ahora así… así… ¿Qué hago? Es como si usted fuese un partido político que se presenta con una cierta formación, y después , cuando ha conseguido el consenso, dice… Ah, perdón, ¿Os habíamos dicho que hemos elegido a Hitler como presidente del gobierno?...-. Y el heladero: - Esto es demagogia, querido… Yo en verdad le estoy dando la posibilidad de ampliar y mejorar su elección. Entre el abanico infinito de sabores que mi heladería pone a su disposición, dándole una libertad sin límites, yo le doy una más: la de ser libre de elegir también la nata… Dígame usted ahora si esto no es democracia… -. No, perdone… Me temo que tendremos que ponernos de acuerdo sobre el concepto de libertad. Vamos a ver, ¿Qué libertad tengo si puedo usar mi libertad sólo para elegir entre las libertades que usted ha puesto a mi disposición? ¿Y si quisiese un helado con sabor a queso manchego? No lo veo aquí, ¿dónde está? Mire, mejor así: hágame una copa de helado de tres euros con sabor a queso manchego, mejillones y después… venga va… añada también nata…-. Si, claro, a los anárquicos como usted ya les gustaría hacer lo que les diese la gana, ¿verdad? Llegáis aquí, soñadores, con un porro entre los dedos, y así es fácil pedir el helado de queso manchego… Esta es la realidad señor mío, no una teoría filosófica: en democracia lo que vale es la mayoría, y si a la mayoría el helado de queso manchego le da asco, tú ya te puedes olvidar de él para toda la vida. Por otra parte, teniendo a disposición casi cien sabores, no entiendo porque no puede conformarse con uno de éstos, en lugar de estar siempre buscando cinco pies al gato… La libertad que yo le concedo me parece más que suficiente, ¿no le parece? -. A mí me parece que tenemos que ponernos más de acuerdo, como le decía, sobre las definiciones en general. Por ejemplo, usted dice ¨suficiente¨. Si yo le invitase a cenar a mi casa, le llamase en tono jocoso y le dijese: Venga, esta noche, le espero, será mi invitado y cenaremos juntos. Supongamos que usted aceptase mi invitación, viniese a mi casa, y en el momento de sentarse a la mesa se diese cuenta que la famosa cena consiste en cuatro olivas y un vaso de agua. Usted, seguramente, me haría notar que eso no es una cena, ni siquiera un aperitivo, es más o menos una tomadura de pelo, y con toda la razón se enfadaría. En ese momento yo le contestaría, sin alterarme lo más mínimo, que yo le había prometido invitarle a cenar, y de hecho estamos cenando, pero no había hecho ninguna alusión al menú ni a la cantidad que hubiese puesto en los platos. Y esto pasa también en la realidad, ¿sabe? Nos dan una libertad de aperitivo, uno se queja que tiene más hambre, pero no puede lamentarse demasiado, porque, dicen, que nosotros la libertad te la hemos dado, así que tienes que conformarte. Y es con esta lógica que usted me está dando la libertad a través de la elección de los sabores para el helado, pero no me está dando la única libertad de la cual tengo necesidad, la mía, aunque sea sólo mía, la libertad de comerme un helado de sabor a queso manchego, y si no tengo la libertad de comer lo que más me gusta, ¿cómo puedo afirmar que soy libre? -.El heladero, en ese momento, se da cuenta que el cucurucho que tiene en la mano se está derritiendo, y que la cola detrás del mostrador está llegando a la calle. Una chica lo llama desde una puerta detrás del mostrador, y él por un momento se queda inmóvil. No, no está pensando, está sólo inmóvil. Un cortocircuito ha hecho que conecte el salvavidas que le impide quemarse. Es sólo un momento, después vuelve todo a la normalidad.- ¿Nata? – me pregunta sin mirarme a los ojos.- No, gracias, la nata me da acidez – le contesto con la cabeza baja.

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