lunes, 14 de septiembre de 2009

MANZANILLA

Roma en agosto es, esencialmente, canto de cigarras y gorgoteo de fuentes en las plazas. A las dos de la tarde ni siquiera parece que estés en una ciudad atravesada normalmente por cinco millones de personas. El asfalto se venga de las heridas causadas por las ruedas de los coches, emanando un calor pegajoso que parece gustar sólo a los mosquitos; los turistas, quemados por el sol, sudan enfrente de un monumento del que ni siquiera saben su nombre, abanicándose con todo lo que encuentran; algún perro pasea con la lengua fuera y buscando un pañuelo de sombra donde depositar su cansancio; los ancianos abandonados en el único bar que ha quedado abierto, sorben los recuerdos diluídos en el chinotto y están atentos a no hacerse demasiado daño durante los silencios de las conversaciones. En Roma, en agosto, es casi imposible encontrar un poco de maria.
Totino y Falbo, montados en la moto color caspa de la hermana de Luca, habían ya recorrido todo el barrio de Cento Celle y la Garbatella escudriñando, una a una, todas las esquinas donde habitualmente los chavales espabilados de la ciudad intentaban pasar el mes con la venta de paquetes plateados a diez mil liras cada uno, pero sin resultado. Estaban todos de vacaciones, la mayoría en Torvajanica, los más afortunados en Rimini y los nobles en Barcelona, donde se contaba que las noches no se acababan nunca y a las chicas te las ligabas en menos de siete minutos, aunque nunca nadie había traído pruebas al respecto. De todas formas, la capital, en ciertas ocasiones, cumple plenamente su deber, dando, por lo menos, la ilusión de tener una serie de posibilidades infinitas para resolver los pequeños problemas cotidianos, como puede ser la búsqueda de maria. Aún quedaban algunos barrios, de esos olvidados por algún plan regulador, para batir como cazadores en busca de su presa, y cuando la última de las periferias deludía las espectativas, aún quedaban los campos de gitanos, peligrosos pero seguros al cien por cien. “Totino, ¿Te acuerdas de El Verdugo? Ese gordo que vive en una esquina en los Ponti... El amigo de Paolo. ¿Sabes si nos podría ayudar?” Y allí que van con la moto atravesando la Laurentina, carretera que empieza donde viven los jugadores de fútbol, los banqueros, donde reside la abundancia y el lujo, y termina donde no llega ni siquiera la esperanza.
I Ponti no es un barrio, es como un Estado dentro del Estado, uno de los muchos paises autónomos que la gente finge no ver, limitándose a evitarlos por miedo a descubrir que, después de todo, esta sociedad va a cagar donde es más fácil no ser visto y ni siquiera tira de la cadena, segura de que nadie se quejará del olor. Es una carretera ancha y larguísima, proyectada para ser un barrio residencial pero que, poco a poco, se ha convertido en una maqueta de Beirut después de los bombardeos. Ni la policía se atreve a entrar, es tierra de nadie, es decir de todos. Los Ponti son una serie de puentes encima de esta carretera, dentro de los cuales tendrían que haber surgido tiendas, pero la gente los usa para hacer tráficos ilícitos. El Verdugo vivía allí, en una de esas cuevas donde viven los hombres primitivos modernos, y si no hubiese elegido dedicarse al comercio ilegal, nadie lo habría buscado o habría sabido de su existencia.
Totino se quedó afuera vigilando, mientras Falbo entró adentro.”Verdugo! Soy Totino, el amigo de Paolo. ¿Estás ahí?. En la lejanía se oía el eco de la voz de Raffaella Carrà riéndose, el llanto de un niño, un golpe de origen desconocido, el sonido de una moto. Allí no había nadie, ni siquiera el Verdugo se había quedado a sufrir el calor y el aburrimiento.
“Mierda!, El Verdugo no está, ¿y ahora?”.
“No lo sé Totino, estoy hasta los huevos de dar vueltas con este calor. ¿Y si nos vamos a beber una birrita?”.
“Podemos ir a buscar al centro social, allí siempre hay algún negro…”
“No tengo ni puta gana Totino. Estoy harto.”
“¿De qué estás harto?.”
“De estar siempre buscando algo para vivir, bueno, para aparentar que se vive. ¿Pero no ves dónde estamos? ¿No te das un poco de asco?”
“Pero que coño dices!! ¿Se te ha ido la pinza? ¿Quieres pasar todo el verano sin maria?”
“No cambia nada Totino, no cambia una mierda. Vámonos a casa…”
“Pero, mírate… Pareces imbécil cuando hablas así. No te entiendo”
“Ya sé que no me entiendes, o a lo mejor no me quieres entender Totino, porque te conviene…”
“Bueno, vale, escucha… En casa tengo un poco de manzanilla que me ha regalado mi abuela, cogida en el campo… Es muy buena… A lo mejor si nos la fumamos nos coloca…”
“Vale. Vamos a probar esta manzanilla, venga… Con un poco de suerte me duermo y me olvido de todo. Venga, arranca este trasto…”

7 comentarios:

  1. Jajajajaja, me ha encantado el texto, me gusta mucho tu humor. En mi caso no pillabamos por vergüenza, pero recuerdo más de una vez con una amiga darle a la manzanilla, frutas del bosque y hasta poleo-menta...
    Muy divertida la historia. ;)

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  2. Pues yo en vez de manzanilla de voy a dejar una canción del malogrado Manzanita. Espero que te guste.

    youtube.com/watch_popup?v=f5UdpFDh6os


    ¡Un Foxiabrazo!

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  3. Pues, seguro que coloca. Y si lo que fuman es hierba Luisa, ni te cuento...la hierba siempre es hierba.
    Buen relato.

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  4. manzailla en verano en pleno goseria que estaia maldel estomago, jejeej buenoyo prefiero una cocacola heladita jajajajaja un abrazo exelente relato

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  5. ¡Huy!, de eso es de lo que mas harta estoy de buscar algo para malvivir. Te recomiendo el poleo menta con limon y miel. Cuando decidas hacer una revolucion dame un silbidito.

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  6. Impecable relato. brillantemente escrito, felicitaciones!! Un abrazo

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