martes, 16 de febrero de 2010

PUNTOS DE VISTA

Cuando cojo el metro, intento siempre llevarme algo para leer, excepto hoy que se me ha olvidado. No leo porque sea un erudito: la culpa es sólo del extraño fenómeno que inhibe nuestra mirada a la presencia de tanta gente, mirar se convierte en algo molesto, insoportable, tanto que te constriñe a taparla con gafas de sol, aunque sea noviembre, o a mantenerla ocupada en cualquier cosa que no implique la presencia animada del sujeto encuadrado. Tengo siempre miedo de fijar mi mirada involuntariamente en algún escote o, peor aún, en el paquete de alguien que lleve jeans de dos tallas más pequeñas de lo necesario. O encontrarme mirando una cara, una expresión o cruzar la mirada con alguien. ¿Y si esa persona piensa que la estoy escrutando, desafiando o simplemente haciéndole notar la forma extraña de su nariz? Al principio leo todo aquello que puedo. Los carteles publicitarios que están cerca de las puertas, intento comprender el escrito microscópico que indica donde lo han impreso, observo detenidamente el diseño gráfico, pero este remedio revela enseguida su ineficiencia. Normalmente hay sólo dos frases idiotas que leer y, casi siempre, detrás de las letras sobre fondo blanco, está siempre una tetona que sonríe. El viaje es largo y yo he tenido ocupados mis ojos sólo por cinco segundos.
Paso a leer los grafitis de las paredes del vagón. La mayor parte están hechos con spray negro. Dicen que eso es arte, pero yo sólo veo garabatos que recuerdan a antiguas maldiciones incas: “zhagrttt”, whiyyyy”. Otros son como apuntes de viaje, incisiones imaginarias en la vida de alguien, normalmente jovencísimo, que no puede dejar de apuntarlas por miedo a poderlas olvidar. Ese alguien aún no lo sabe, pero no será suficiente una fecha y un nombre inciso con un cuchillito en un asiento semi plástico del metro, para encarcelar la felicidad que ha sentido en ese momento. Hay también arqueología en estos escritos. He sido capaz de distinguir la alegría por haberse saltado un día de colegio en el 2002. Pero al final se terminan también los garabatos que poder leer y el peso de mi mirada no ha disminuido ni un gramo.
Miro al suelo, no me gusta, pero no encuentro una solución mejor. Mirar al suelo es interesante porque puedo observar con calma los zapatos de los pasajeros. Los zapatos dicen mucho de una persona. Hay botas negras, de piel, altas, con correas argentosas que brillan sobre un tacón finísimo de doce centímetros por lo menos. No puedo ver a quien pertenecen, pero imagino que serán de una mujer vestida de negro, con un abrigo largo y un jersey oscuro. El pelo negro, liso y largo hasta los hombros; secretaria, seguramente secretaria, de las sabiondas. Me la imagino inteligente, informada y, no se porque, metida en algún lío. A su izquierda hay otro par de botas, marrón claro, tienen manchas y las suelas de plástico gastadas. La propietaria debe de ser también una mujer, pero un poco más gorda, vestida con esos abrigos de plumas larguísimos, brillantes, que te hacen parecer un saco de basura preparado para ser tirado en enormes contenedores. El pelo escaso, despeinado y con un tinte castaño claro que va desapareciendo desde la raiz. Más lejos hay zapatillas de deporte, Nike, plateadas y con suela aereoalgo, típicas de los veinteañeros de periferia. No hace falta mucho para adivinarlo, por eso paso a algo más interesante.
Inadvertidamente me fijo en mis zapatos. Un par de Dr.Martens, negros, con vistosos arrugas en los lados de la punta. Camino apoyándome en la planta anterior del pie, es normal que esa sea la zona que más se desgaste. Esta vez no intento imaginar a quien puede pertenecer esos zapatos, sino que intento pensar que imaginaría un extraño al observar mis zapatos. Pero también este juego termina pronto, ya que no puedo ser objetivo cuando me imagino a mí mismo. Me esfuerzo, pero después encuentro mil excusas, mil excepciones, tengo pruebas para disculparme, cosa que los demás, por como está estructurado este juicio, no pueden tener.
Ahora he terminado todos mis recursos. Tendré que depositar mi mirada sobre mi barriga y después, de vez en cuando, mirar la hora en el móvil que tengo dentro de la bolsa, sólo para verificar que las ocho y cinco continuen diligentemente a seguir a las ocho y cuatro. Después, finalmente, llego a mi parada.
Se abren las puertas, y ahora puedo volver a mirar donde quiero con la excusa de que estoy mirando hacia mi dirección. En movimiento, nadie se fija en las miradas. También la mía vuelve a conseguir su anonimato, escondido detrás de la normal distracción cotidiana. Las botas dejan de contarme las historias de sus propietarios, los grafitis vuelven a manchar la vida en lugar de recordar la felicidad, que vuelve a estar ausente tras los carteles publicitarios.

6 comentarios:

  1. Gran relato. Me encantan las descripciones. :)
    Un beso!

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  2. Gracias Roberto, creo que ha sido el viaje en Metro más entretenido que he hecho en mi vida, jamás me había parado a pensar en eso que hacemos de contínuo, y tú me has hecho pensar en ello. Tu descripción de la situación es muy buena, al mismo tiempo que un gran estudio sociológico.
    Para resultarte difícil el castellano lo dominas a la perfección, yo no hablo italiano, a pesar de ser una de las lenguas que más me gustan y cuando me comunico con amigos a través de mi blog, tengo que acudir a los traductores ofrecidos en la red, y la verdad, son bastante malos, hay en ellos al menos un 25% de errores.

    Gracias de nuevo por este placer gratuito.

    Un abrazo.

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  3. Roberto:
    más que interesante tu escrito, es verdad, incomoda estar observando a la gente de tan cerca...
    Un gran abrazo Argentino!!

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  4. Jajaja, creo que la mayoría de las veces yo también hago lo mismo, normalmente leo, pero si he terminado el libro o voy escuchando música me encanta mirar los zapatos de la gente y no me gusta cruzar miradas, pero lo que no puedo evitar es cotillear que libro estan leyendo los pasajeros de mi alrededor, ya van dos dias que veo a alguién leyendo mis libros favoritos y me contengo para no decirles ¿te esta gustando?
    A veces solo pienso o escribo porque yo también paso mucho tiempo en el metro, vaya fauna que se encuentra en el subsuelo allí ahí de todo! Saludos!

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  5. tus miradas hablan, observan, describen...
    me has hecho ver a través de ti con este relato

    abrazos :)

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  6. Hace muchos años cuando viajaba en metro me pasaba exactamente lo mismo.

    Bonito viaje en metro que me ha devuleto a mis años de estudiante.

    Un saludo

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