lunes, 14 de diciembre de 2009

EL CAMELLO (CAPITULO II: LAS CALLES DE ROMA)

En invierno, por la noche, Roma se convierte en un hormiguero de calles iluminadas por los escaparates, donde la gente se agita para intentar confundir sus propias sombras con las charcas viscosas que inundan las calles. Los edificios, bronceados por el tubo de escape de los coches, parecen gigantes que alzan los brazos en el intento de esconder el cielo y sus promesas a los transeuntes distraidos. Es fácil perderse en Roma, fácil como meterse en dirección prohibida, por una calle en dirección contraria, por una calle peatonal, como equivocarse de mujer o de trabajo, como apuntar al centro y no dar ni siquiera en los lados. En Roma, hay algo que chirría entre los pliegues de su historia; algo que se insinúa entre una pirámide y un plano regulador de los años ochenta, que pasa irreverente entre una cúpula de Bernini y un McDonald, y que recuerda de donde venimos y hacia donde vamos. Te puedes enamorar para siempre de esta ciudad o llegar a odiarla con todas tus fuerzas e intentar huir de ella a un sitio muy lejano. Pero de Roma no se escapa.
Cualquiera sea la distancia que te separa de ella, Roma encontrará siempre la manera de llegar a tu corazón y hacer que eches de menos hasta los agujeros del asfalto que te han destruído la suspensión del coche, ese domingo por la noche, en un callejón de periferia donde ni siquiera un perro ha sabido dar remedio a tu mirada atemorizada.Cinco millones de personas, y cuando lo necesitas no hay nadie.
Yo, en cambio, estoy siempre. En el Bar de los Ángeles, de la mañana a la noche, fiel a mi deber como la Guardia Suiza. Foffo se había convertido en una pieza de la decoración del bar, también él fiel a no se cual promesa consigo mismo y convencido, más que nunca, en respetarla. Observaba a todos, sentado en compañía de su propio astío y de algún chaval que esporádicamente le hablaba sin obtener nada a cambio.
Un día lo ví levantarse y dirigirse hacia mí.
“Dame un porro”, me dijo sin ni siquiera saludarme.
“A tu edad yo jugaba con los Masters, ¿por qué no te vas a casa? Aquí sólo pierdes el tiempo.”
“No tengo tiempo, no tengo nada, así que no tengo nada que perder. Deja de darme el sermón y dame un porro.”
“Como quieras. ¿Tienes diez euros?.”
“¿Un porro diez euros? ¿Estás flipao? ¿O crees que porque sea pequeño puedes tomarme el pelo?.”
“ Yo vendo porros, tu quieres porros. El precio lo decido yo.”
“No tengo diez euros… Puedo llegar a cuatro…”.
“Entonces hoy no fumas. Lo siento. Bueno, no lo siento.”
No paró ni un momento de mirarme con ojos amenazadores. Ni siquiera cuando se giró para desaparecer por una esquina. Aceleré mis negocios con un par de personas nunca vistas, una comitiva de adolescentes y un par de clientes habituales. Me había olvidado de Foffo y de sus pretensiones, cuando lo ví salir de la nada detrás de mí.
“ Toma el dinero, dame el porro.”
“¿De dónde lo has sacado?”
“¿Y tú de dónde has sacado el porro?.”
“Ahhhhhh… ¿Te haces el duro, mierdecita?”
“Dame el porro, tengo el dinero.”
“No quiero, no te lo doy.”
“Me cago en…”
“Desaparece, me aburres.”
“Yo desaparezco, pero cuando ya no me veas, aparecerán dos personas vestidas de azul que te harán preguntas. Intenta ser sincero porque, normalmente, saben como obtener la verdad.”
“Acércate… un poco más…” Acerqué mis labios a su oido. “Si me pasa algo, si llega la policia, yo te busco, te encuentro y te hago trocitos.” Sonreí exagerádamente. “¿Me has entendido, mierdecita?”
Se quedó mudo, con su mirada clavada en la mía, sin pestañear.
Después desapareció de nuevo por una de esas calles de Roma abarrotadas de fincas populares donde es tan fácil perderse y no encontrar ninguna indicación. Confundió su sombra con las charcas, como hacían todos. Pero su mirada, su mirada se me quedó clavada, una mirada que mi sueño tardó en quitarse de encima mientras me agitaba insomne en la cama.

2 comentarios:

  1. Yo tendría cuidado con el mierdecita, por que la gente ofendida es capaz de todo, jeje. ¿Habrá continuación? Saludos.

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  2. Me acabo de enganchar al camello jejejeje.
    Feliz Navidad.

    Un abrazo.

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